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“El sorpresivo abandono de esta tierra, de Susan Cashion, no solo nos ha dolido por lo inesperado, sino que, principalmente, por las cualidades que la unieron a quienes compartimos con ella momentos inolvidables, en especial por su alegría, su espontaneidad, su afecto, su capacidad de adaptación a distintas personas y ambientes, su generosa comprensión de las debilidades propias y ajenas, su esmerada dedicación a la enseñanza formadora respetuosa de su estudiantes en la magia de la danza, su espíritu de organización y de acción respecto de los grupos de difusión de ese arte, que ella supo dirigir exitosamente.
Todo esto y mucho más la harán estar anímicamente siempre con quienes estuvieron en su existencia, con una autentica y profunda amistad.

Comprobé la eficacia y el equilibrio de su trabajo de campo cuando vino a Chile, por primera vez, con otros investigadores de los Estados Unidos de Norteamérica, para contribuir al conocimiento del magno y esplendoroso ceremonial de La Virgen de La Tirana, que se efectúa en el norte de este país, por numerosas cofradías danzantes. Además de la suya, fue de gran importancia la colaboración de Donn Borcherdt, del Instituto de Etnomusicología, y de Richard Hawkins, Director del Departamento de Cine; ambos de la Universidad de California, Los Ángeles, que se unieron a Raquel Barros y Manuel Dannemann, del Instituto de Investigaciones Musicales de la Universidad de Chile. Susan Cashion nunca pudo olvidar la potencia y la amplitud de ese admirable ceremonial, que quedó plasmado en una película de altometraje, en la que también tuvo una destacada responsabilidad el musicólogo chileno Luis Merino.
Cuando volvió a Chile en diversas ocasiones, lo hizo, la mayoría de las veces como profesora de danzas de estudiantes de la Universidad de Stanford con permanencia transitoria en este país, su propia Universidad. Pero no se limitaba a la docencia; más aún, en la segunda oportunidad que regresó a él, me acompañó a realizar tareas etnográficas en la localidad de Pirque, cerca de Santiago, sobre la ejecución del guitarrón, diferente del mexicano del mismo nombre, éste, de gran tamaño y de mucha importancia para la emisión de los sonidos de las notas bajas, en tanto de que el chileno es de dimensiones muy semejantes a las de la guitarra común, aunque con la caja armónica más alta y veinticinco cuerdas, cuatro de las cuales, cuya denominación es la de “diablitos”, suenan por simpatía en este instrumento, el cual se usa para acompañar al canto juglaresco.

Así, fui afortunado con su compañía, también en otras salidas a terreno, como la que hicimos a la localidad de Quilimarí, región de Coquimbo, con el propósito de obtener versiones representativas de alta calidad, de danzas ceremoniales individuales y de cantos juglarescos como los ya mencionados, para el libro Cultura Folclórica de Chile, del autor de estas palabras de recordación; los que fueron grabados y fotografiados por ella con particular cuidado y aprecio.

Entre otras formas de vida que disfrutaba, muy distintas de las que ya señalara, estaba la de sentir la compañía de animales domésticos, diría que, predominantemente, de caballos, como lo pude comprobar en su casa de Palo Alto, y, asimismo, en mi propiedad rural de Chile, que recorriera con profundo agrado y notable dominio de la yegua que más le gustaba ensillar, y la cual le era difícil abandonar.
Ahora que pienso con mayor intensidad en ella, buscando su presencia, la encuentro en el conmovedor contenido de una de sus primeras cartas, quizás de la primera, del año 1968, de gran significado autobiográfico, escrita en lengua castellana con su franqueza y naturalidad acostumbradas, cuyas singularidades de léxico y de sintaxis se desvanecen con la hermosura de su alma.
Aquí va una reproducción de esa carta, que, de uno u otro modo, penetrará en el sentimiento de los amigos de su autora, que puedan leerla.

Gracias, Susie.”